jueves, 3 de julio de 2008

La Cabalgata tiene solución

La celebración de la Cabalgata de San Pedro despierta nuevamente polémica. Este año, el desencadenante ha sido la decisión de separar la bajada de las peñas del resto de la Cabalgata. Con todo respeto, quiero expresar mi opinión sobre este conflicto, que no es sino un paso más en el intento municipal de acabar con las peñas y reducir su protagonismo al máximo.

Desde que gobierna Aparicio, el PP ha dedicado todos sus esfuerzos a finiquitar cualquier síntoma de participación ciudadana autónoma. El letargo al que ha sometido a los órganos de participación municipal, el ominoso olvido a las asociaciones de vecinos, la flagrante discriminación de los Consejos de Barrio dependiendo de su grado de sumisión o no al poder y la continuada marginación de las peñas en su ámbito de participación en los festejos populares forman parte de una misma política: destruir la participación ciudadana activa y crítica.

Obligar a las peñas a desfilar delante de nadie (en la ofrenda sólo se convocó a los ciudadanos a la cabalgata que empezaba a las 12 horas), sin tener siquiera el aliciente de encontrarse en la tribuna con sus reinas, es un paso más en el camino emprendido hace cinco años de reducir el protagonismo de las peñas. Todos los cambios que se han introducido en este tiempo perseguían esta finalidad. Poco a poco, sin provocar conflictos, que serían insoportables para el PP, se ha tratado de restar protagonismo a las peñas. Si alguien tiene alguna duda respecto a esta afirmación, puede comprobar lo que digo comparando la participación y autonomía que tenían las peñas en 2003 y la que tienen ahora en actos como las fiestas de San Pedro, Carnavales, Cabalgata de Reyes, etc.

Hay dos modelos de Cabalgata claramente diferenciados. La Cabalgata como espectáculo o como expresión del pueblo en fiestas. Aparicio ha optado claramente por el primer modelo. Es decir por lo fácil.

Organizar un gran espectáculo público es muy sencillo. Sólo hace falta tener unos buenos programadores culturales y confiar en ellos, tener un presupuesto alto y contratar actividades de calle de alto nivel. Aunque al PP le sea difícil confiar en los técnicos municipales, este modelo está a su alcance y así conseguirá llenar las calles de burgaleses pasivos que verán la Cabalgata como quien va al Circo.

Mi opción clara es a favor de integrar los dos modelos, aunque si tuviera que optar me inclinaría por apoyar el desfile de las peñas sin otros acompañamientos, pues esto es lo que me parece más importante para la ciudad.

Lo difícil es conseguir que más de 4.000 personas participen desinteresadamente aportando su esfuerzo y creatividad en beneficio de la ciudad. Si además queremos que muchos de ellos dediquen gran parte de su tiempo libre durante tres meses a realizar una carroza, el reto es todavía más complicado.

A los burgaleses les gustarán más o menos las peñas y los actos que organizan. Es lo que hay de sociedad organizada para disfrutar de las fiestas. Son la expresión de nuestra realidad. Merecen el apoyo colectivo porque contribuyen a crear nuestra identidad y a la integración social de todos los burgaleses.

La participación de las peñas es importante porque posibilitan que afloren valores importantes. Las fiestas populares son escuela de moralidad frente a la moral del éxito, de la emulación y de la utilidad de la sociedad moderna. En el mundo actual, el interés, el egoísmo aislacionista, el tener y la competitividad son los objetivos del triunfo, mientras que la fiesta popular responde a otros valores: es desinteresada, no produce ganancias económicas, no tiene utilidad inmediata. Es la fiesta por la fiesta, que ayuda a fortalecer la generosidad, la autonomía y la independencia moral con el altruismo del esfuerzo que exige la participación en ella. Quienes en las fiestas populares entregan su esfuerzo y su entusiasmo y disfrutan de sus diversos aspectos, seguramente sin saberlo, están expresando un contramodelo moral de mucha importancia.

También las fiestas populares son escuela de libertad. Gracias a ellas se desarrollan facetas espontáneas de la condición humana que, en el quehacer diario, se oscurecen o se apartan. También se fomenta la imaginación, la tolerancia y el respeto. Por fin, la participación de todos y su importancia en la vida social se expresa muy plásticamente. Cuanto mayor es el número de personas que participan en las fiestas, más riqueza tienen éstas. Bergson lo vio muy claramente en su ensayo sobre la risa al decir que cuanta más gente llena el teatro, más contagiosa es la risa, potenciándose mucho más que en un teatro vacío, aunque lo que se diga o se haga en este caso sea más divertido.

No conozco ningún modelo de fiestas que no se sustente en la autoorganización popular en peñas o entidades semejantes. Fortalecer la participación popular exige una política totalmente diferente a la del PP, cuyo único interés es que las peñas llenen la plaza de toros. Respetar los órganos representativos de las peñas, dialogar, prestigiar y animar a la gente a participar de sus actividades, asistir a sus actos más relevantes y defender su autonomía son requisitos imprescindibles para incrementar su compromiso y su intervención en los actos colectivos.

Para que la Cabalgata sea el reflejo de la ilusión colectiva de la ciudad, las peñas y sus fajas y blusas deben formar parte de la misma sin ningún tipo de distinción y las reinas deben presidir el desfile en la tribuna habilitada al efecto. No es demasiado importante que tenga una duración u otra. La elaboración de carrozas exige mayores ayudas por parte del Ayuntamiento, estudiar la posibilidad de que se hagan carrozas por barrios en aquellos sitios en que las peñas tengan arraigo territorial, que se cree una escuela taller o, incluso, que se ponga a disposición de las mismas profesionales carroceros que ayuden a elevar la calidad del conjunto.

Si pasadas las fiestas no se ponen todas las cartas encima de la mesa, me temo que esta crisis se solucionará con una nueva vuelta de tuerca que apriete aún más el corsé que está asfixiando este movimiento popular.

La opción sensata sería la contraria: reconocer que se ha retrocedido y animar una nueva política que favorezca la participación popular en las fiestas.

 

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